Cesare Pavese

Tú eres como una tierra
que jamás dijo nadie.
Y ya no esperas nada
sino aquella palabra
que brotará del fondo
como fruto en las ramas.
Un viento hay que te alcanza.
Cosas secas, remuertas
te agobian y van en el viento.
Miembros, palabras antiguas.
Tú tiemblas en el verano.
                             29 de octubre de 1945.

*****

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos —
esta muerte que nos acompaña
de la aurora a la noche, insomne,
sorda, como un remordimiento
viejo o un vicio absurdo. Vana
palabra serán tus ojos,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana, cuando
sola te pliegas sobre ti ante
el espejo. Oh amada esperanza,
tú y yo ese día también sabremos
que eres la vida y eres la nada.

A cada quien la muerte tiene una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como mirar en el espejo
reemerger un rostro muerto,
como oír unos labios cerrados.
Mudos, al remolino bajaremos.
                             22 de marzo de 1950.

*****

Pasaré por la Plaza de España

Será un cielo claro.
Las calles se abrirán
en la colina de piedra y pinos.
El tumulto en las calles
no mudará el aire quieto.
Las flores asperjadas
de colores en las fuentes
contemplarán como mujeres
divertidas. Escaleras,
terrazas, golondrinas
cantarán bajo el sol.
Se abrirá aquella calle,
las piedras cantarán,
latirá el pecho tembloroso
como el agua en las fuentes —
y será esta la voz
que subirá tu escalera.
Las ventanas sabrán
del olor de la piedra y el aire
mañanero. Una puerta abrirá.
El tumulto de las calles
será el tumulto del pecho
en la luz extraviada.

Serás tú — quieta y clara.
                             28 de marzo de 1950.

(C. Pavese. Vendrá la Muerte y Tendrá tus Ojos. Verrà la Morte e Avrà i tuoi Occhi. Trad. Marco Antonio Campos. Revisión y prólogo Stefano Strazzabosco. México: Ediciones El Tucán de Virginia, 2015)

También eres el amor

También eres el amor.
Eres de sangre y de tierra,
como los otros. Caminas
como quien nunca se aleja
de la puerta de su casa.
Miras como el que espera
y no ve. Eres tierra
que lastima y que calla.
Tienes zozobras y cansancios,
tienes palabras —caminas
y esperas. El amor
es tu sangre —y nada más.

Las plantas del lago

Las plantas del lago
te vieron una mañana.
El sudor, las cabras y las piedras
están al margen de los días,
como el agua del lago.
El dolor y el tumulto de los días
nunca inquietan el lago.
Pasarán las mañanas,
pasarán las angustias;
otro sudor, otras piedras
te morderán la sangre
—no será siempre así.
Algo hallarás de nuevo.
Volverá la mañana
en que, lejos del tumulto,
estés sola en el lago.

Tienes cara de piedra esculpida

Tienes cara de piedra esculpida,
sangre de tierra dura,
has venido del mar.
Todo acoges e indagas
y rechazas de ti
como el mar. En tu corazón
hay silencio y palabras
hundidas. Eres sombría.
Para ti el alba es silencio.

Y eres como las voces
de la tierra —el golpe
del balde en el fondo del pozo,
la canción de la hoguera,
la manzana que cae y estalla;
Las palabras resignadas
y sombrías en los umbrales,
el grito del niño —las cosas
que no se pierden nunca.
Tú no cambias. Eres sombría.

Eres el sótano secreto,
con el piso de tierra,
en donde entró una vez
aquel niño descalzo,
y lo recuerda siempre.
Eres el cuarto obscuro
que se recuerda siempre,
como el antiguo patio
donde se abría el alba.

Creación

Estoy vivo y descubro las estrellas en el alba.
La compañera sigue durmiendo y no lo sabe.
Los camaradas duermen. Tengo por delante.
el claro día, más limpio que los rostros hundidos.

Pasa un viejo a lo lejos, que va a trabajar
o a gozar la mañana. No somos distintos;
él y yo respiramos la misma claridad
y fumamos tranquilos para engañar al hambre.
También el viejo debe de tener un cuerpo puro
y vibrante —debería estar desnudo ante la mañana.

Esta mañana fluye la vida sobre el agua
y bajo el sol: en torno está el fulgor del agua
siempre joven, los cuerpos de todos estarán desnudos.
Tendremos el solazo, el rugoso mar abierto
y ese rudo cansancio que abate bajo el sol
y la inmovilidad. Estará la compañera
—un enigma de cuerpos. Cada uno donará su voz.

No hay voz que rompa el silencio del agua
bajo el alba. Y tampoco ningún sobresalto
bajo el cielo. Sólo hay una tibieza que funde las
        estrellas.
Estremece sentir la mañana que vibra
totalmente virginal, como si nadie estuviera
        despierto.

Disciplina

Los trabajos comienzan al alba. Pero nosotros lo
        hacemos
un poco antes del alba para encontrarnos a sí mismos
en la gente que va por la calle. Cada uno recuerda
que está solo y con sueño, descubriendo a los pocos
transeúntes —cada uno en su propio entresueño
y sabiendo que al alba tendrá que abrir los ojos.

Al llegar la mañana, nos encuentra aturdidos,
contemplando el trabajo que ahora comienza.
Pero no estamos solos ya y nadie tiene sueño
y pensamos con calma las ideas del día
hasta que sonreímos. Bajo el sol que regresa
ya estamos convencidos. A veces una idea
menos clara —una risa burlona— nos toma de sorpresa
y volvemos a ver como antes de que amaneciera.
La ciudad clara ayuda en trabajos y risas.
Nada puede alterar en la mañana. Puede ocurrir
cualquier cosa y nos basta levantar la cabeza
del trabajo y mirar. Muchachos que escaparon
y que aún no hacen nada caminan por la calle
y no falta el que corre. Las hojas de las avenidas
le dan sombra a la calle y sólo falta el pasto
entre las casas que yacen inmóviles. Muchos
a la orilla del río se desnudan al sol.
La ciudad nos permite levantar la cabeza
para pensarlo, y sabe bien que luego la inclinamos.

Verano

Hay un claro jardín, entre muros bajos,
de hierba seca y luz que quema despacio
la tierra. Es una luz que sabe del mar.
Respiras esa hierba. Te tocas los cabellos
y agitas el recuerdo.
                                                          He visto caer
muchos y dulces frutos sobre una hierba que conozco,
como un cuerpo en el agua. Así te estremece también
el sobresalto de la sangre. Mueves la cabeza
como si en torno ocurriese un prodigio de aire
y el prodigio eres tú. Hay un sabor igual
en tus ojos y en el cálido recuerdo.
                                                          Escuchas.
Las palabras que escuchas apenas te tocan.
En tu rostro apacible hay una idea clara
que en tus hombros parece la luz del mar.
Hay en tu cara un silencio que oprime el corazón
como una caída, y en él destila una vieja pena
como el jugo de los frutos caídos entonces.

(C. Pavese. Poesía completa. Trad. Guillermo Fernández. México: UNAM, 1991)