Manuel Vázquez Montalbán

Verano y humo

Ya sabemos lo que cuesta
vencer la resistencia tenaz
de dos piernas unidas
                                    el sabor
de algún aliento amargó el aire
de madrugada en nuestras fauces
y el cuerpo resultó torpe al despertar
o se quejó triste por un frío olvidado

y sin embargo
más de una vez se nos otoñizan los árboles,
brilla la calle bajo la lluvia amarilla,
damos lumbre a un paseante solitario
por el puerto
                  y silbamos una melodía
ramplona, ya tarde, cuando los veleros
mienten puertos ansiados y el aire
salino no pregunta
                              ¿quién,
quién no teme perder lo que no ama?

Bilbao Song

Yo creía en la canción
de Kurt Weill, Lotte Lenya
sugería desembarcos, coristas
de ligas floreadas, ya se sabe
en cada puerto un amor

                                    Bilbao
bajo la boina y la lluvia
en cambio tenía una ría
con restos de mercado, mercantes
vikingos, un hombre dormido
sobre el césped de un espacio
verde, un monte con la leyenda
a Montejurra, un tubo tan largo
como el carril desde Santurce
a Bilbao

            y un barrio residencial
con rostros europeos y adustos,
coches deportivos con la leyenda

Sonría, por favor.

Paseo por una ciudad

Paseo por una ciudad
sin orillas
                  miente la tarde
espejos despedidas humos
que denuncian retornos
                                          me deja solo
el paso de muchachas alejadas
no pronuncian mi nombre no decretan
                                                            mi muerte
entonces regreso
a los artesonados pasillos del recuerdo
pieles carnes repletas siluetas
                                                en sus cueros
el ruido de los párpados al cerrarse
                                                      y tal vez
tal vez un grito literario puso nombre
al instante en que fui feliz
                                          a la sombra
siempre a la sombra
                              de las muchachas sin flor.

Desnudo

Hay días en que tienes
toda la carne muy mal abotonada
y mis manos te cierran
el cuerpo descarado
                              los ojos
con los que miras tu desnudo
en los míos te delatan
                                    y eres blanca
con junturas de cárdeno
                                    descenso
manchas de musgo y vuelo
                                          vencido
de cabello que se inclina
                                          lento.

Creemos en la muerte

Los jorobados corintos
los enanos purpurina
                                    bailan
sobre el vientre inmenso
de la virgen sacrificada

                                    el padre
cuenta las monedas flotantes
mientras las brujas
                              vuelan en formación
y yo toco un violín negro

crepusculares cuerpos de ahorcados
nos proponen creer en la muerte.

(M. Vázquez Montalbán. Poesía completa. Memoria y deseo (1963-2003). Introd. José María Castellet. Madrid: Visor Libros, 2018)

Nicole Cecilia Delgado

yo no sabía nada del amor
                        ni tú tampoco

el amor no era aquel ensayo tímido y esquivo
que habíamos aprendido en la familia:

mi soledad de hija única sin padre
mi madre durmiendo sola
o el matrimonio estable de los tuyos
a quienes nunca viste besarse en la boca

el amor no eran mi abuelo médico y mi abuela
durmiendo en camas separadas
ni tu abuelo alcohólico y la violencia doméstica

o la mentira gringa
—blanca o negra—
de la tele importada

no era eso el amor y menos
                        mi exigirte diálogo
                        tu ponerme a prueba

yo no sabía nada del amor ni tú
                        pero aún así tratamos:

aferrándonos al silencio del sueño compartido
al recuerdo del sexo apresurado entre las huelgas

quisimos hacernos un amor a la vanguardia
pero tampoco supimos qué era la revolución


desde acá no puedo tocarte
no hay beso que pueda borrarte la tristeza

tú que seguramente intuyes la simple razón de mi alegría
yo que voy a los parques a leer poesía mexicana y canto
no podemos hacer nada

en estos días me ha dado concantariconbailariconsaliralparque

porque empecé a pensar en la felicidad                               esa quimera
íntimamente relacionada con los procesos de mi cuerpo solo

tú no me tocas tampoco

aunque a veces quiero estarme adentro tuyo
y empezar a sentir
lo que tú sientes


la ciudad es una impresión difícil
deja de tener su gracia por las noches
                                                      cuando quiero encender una vela
                                                      mirar fotos
                                                      desplegar mis cachivaches por el suelo
                                                      abrazarte


la poesía
tiene el privilegio de anularse
desechando pieles abscesos cicatrices

su naturaleza es omnívora
su platillo predilecto
es
la carne propia


e=mc^2

hoy así el universo muere
einstein reinventa la relatividad
todo es el caos si no nos encontramos
si la luz no mete un dedo en mi ojo derecho y me hace llorar
tengo susceptibles las pestañas
me conmueve un señor que agita una mano efusivamente
(con la otra sostiene un cigarrillo)
me importa poco la filosofía de los Hombres
voy a dejar de hacerme sabotajes
después de todo, todo es relativo.

(N. C. Delgado. Violencias Cotidianas. México: Proyecto Literal, 2009)

Óscar Oliva

Ahogo en un vaso de agua

De la ceguera vengo,
arcaico,
inarmónico,
inagotable por las cuestas del ajo,
alegre,
medio borracho,
bullente de grifos y géyseres,
dando la impresión de un cometa desgarbado.

Me descuelgo del perejil
por un bejuco de luciérnagas:
quedo a la altura de los topos,
embarrado de luciérnagas.

Bajo por la punta de un alfiler.
Soy el primer eslabón o punto de un círculo,
clamo adentro de ese círculo,
trato de romperlo,
con un gesto,
con los dientes.

Pero es inútil. Me ahogo.
Hay que comenzar de nuevo, hasta la desesperación:
de la ceguera vengo, voy a la ceguera,
dando la impresión de un hacha jorobada…

Estatua en el mar

En esta imagen buceo.

Veo herraduras que se cierran
por encima del espacio inflamado.

Un ventarrón es un pan en la punta de mi lengua.

Innumerables orejas se reparten.

Con un pequeño esfuerzo escucho al mar
que está a más de cien kilómetros de aquí.
Casi puedo tocarlo.
También subo por sus manos.
De pronto una red me envuelve,
arpones se hunden en mi carne;
pescadores me injurian,
me descuartizan,
me dejan junto a pedazos
de cachalotes y delfines.

La fatiga del diamante con las piernas abiertas.

En este encandilamiento
vivo ennegrecido.
Alacranes lamen la sal de mis huellas.
Y vuelvo a convertirme en serpiente
para dormir en el ombligo del cadáver que velo,
o más arriba, en sus axilas,
para depositar los huevecillos
que han de abrirse por mi sola y larga presencia.

Lección de ojos

Los ojos caminan con el cuerpo a cuestas,
hablando en voz alta,
para que las palabras les abran paso
por los matorrales.

He llegado
al mismo sitio de donde partí,
pues estas piedras que reconozco
aún están calientes
y respiro el mismo aire
con la fatiga de ayer.

La última palabra que dije
ha completado el mismo círculo que yo,
y con la testa me empuja haciéndome caminar.

Las manos hacia adelante reconocen esto,
se sumergen antes de que el cuerpo llegue
a esta apariencia.

Otra vez las piedras
estiran el cuello,
olfateando mi partida.

Lección de viaje

Sigo a mi voz;
a veces camino
junto a ella,
para ser dos
de cualquier manera.

A la ley del deseo,
el ruido de sus plumas
sucumbe en la comisura
por donde respiro
y labra el frío
carta de navegación,
escritura líquida.

De pronto ella enmudece
y yo desaparezco en el acto.

Decreto

Este libro vivirá, o parasitará, durante años, en estado de sitio, decretado por mí.
O será totalmente ignorado. Frente a su puerta he dejado una señal, para que se
sepa a quién se ha de lapidar. A este único artículo se le dará el debido
cumplimiento. Y lo comunico a quien sea, para su inteligencia y fines consiguientes.
¿Quién arroja la primera piedra?

(Ó. Oliva. Estado de sitio y otros poemas. Lecturas mexicanas 37. Segunda serie. México: Joaquín Mortiz / SEP, 1986)